Continuamos nuestra sección de Testimonios con la experiencia personal de María Paola, madre de nuestra querida hermana Elisabetta. Es muy emocionante e inspirador ver casos reales en los que Dios ha tocado y transformado por completo la vida de una persona, y este testimonio es uno de esos ejemplos.
Esperamos que sea de mucha bendición para todos los que lo leáis.
Hola, ¿nos contarías brevemente quién eres y cuándo te convertiste?
Hola, me llamo María Paola y tengo 61 años.
Mi vida con Jesús comenzó cuando tenía 22 años (uff, han pasado ya casi 40…). Unos cinco años antes escuché y conocí el mensaje de la salvación. El “noviete” que tenía por aquel entonces, y que ahora es mi marido, se había convertido y me hablaba de ello con alegría y entusiasmo.
¿Cómo fue tu conversión?
Al principio fui bastante contraria a esa nueva manera de entender la fe; Estaba a punto de convertirme en catequista, siempre había sido una ferviente seguidora de la fe católica. Vamos, que creía en ello de verdad. Siempre que Ale hablaba de la fe apoyaba sus argumentaciones con versículos bíblicos, sin embargo, yo seguía convencida de que “la Institución” a la que yo pertenecía era demasiado grande, con demasiados seguidores y con suficiente historia como para no tener razón. Cuando me era imposible rebatirle, porque algunas verdades son objetivas, me convencía a mí misma de que se podía luchar y cambiar las cosas desde dentro: iba a los curas que conocía y les exhortaba a quitar estatuas, velas, dejar de hacer ofrendas por las misas, oraciones por los muertos, etc. Les insistía para que dijeran alto y claro que todos somos pecadores y que necesitamos aceptar el perfecto sacrificio de Jesús para entrar en la familia de Dios y de Su Iglesia. Pero no me escucharon.
Mientras tanto pasé por una fase de miedos incontrolables, por la cual estoy agradecida a Dios porque estoy 100% convencida de que se trataba de Él que me estaba llamando. Ale me daba consuelo y apoyo con versículos bíblicos que hablaban del amor de Dios y de su poder. Ya en ese momento leía la Biblia y oraba continuamente para que el Señor me indicase la vía correcta, porque la duda se había instalado en mi mente. En la Navidad del 1983 me confesé por última vez y el cura me dijo que tenía que dejarlo ya, que el santo Magisterio de la iglesia tenía razón. ¿Quién era yo para decir lo contrario? Esa era la respuesta que me faltaba. ¡Por fin me abandoné en las amorosas manos de mi Señor!
¡Cuéntanos más!
Tristemente mis padres no experimentaron la misma felicidad que yo: Al principio creyeron que lo mío era solo un capricho pasajero, algo como una “exploración cultural”. Pero en el verano del 1984 les dije que quería bautizarme y aquello provocó una verdadera guerra: de “hija predilecta” pasé a ser la vergüenza de la familia, “peor que una prostituta”. Y mi padre me dijo, claramente, que si me bautizaba dejaría de ser parte de la familia. Así que la tarde del día del bautismo, volviendo a casa, temía encontrarme mis maletas fuera de la puerta. Gracias a Dios no llegaron a tanto. De todos modos, la amenaza de papá se concretizó y dejó de hablarme durante 3 meses, luego no vinieron a mi boda en la primavera de 1985 (tampoco contribuyeron en nada que tuviera que ver con ella) y me desheredaron.
¿Qué tal te ha ido desde entonces?
La relación con mis padres mejoró bastante los años siguientes; era evidente, hasta para ellos, la diferencia entre mi vida, tranquila y gozosa en cualquier situación, y la de las otras personas que conocían. Aceptaron que no fue nunca un capricho pasajero, sino que, en mi vida, en nuestra vida, el Señor era una presencia estable, un compañero de viaje a quien dar el mando y decir: “Vale, vamos, conduce tú, ¡me fío!”. Mi familia aprendió a apreciar nuestra convicción, pero no tengo la seguridad de que le hayan dicho que sí a Jesús.
¿Qué aconsejarías a quien pudiera encontrarse en una situación como la tuya?
Tres cosas:
- Abandonarse a Dios y no luchar por nosotros mismos: “El Señor peleará por vosotros mientras vosotros os quedáis callados” (Éxodo 14:14). Si hacemos su voluntad será Él quien nos enseñe la senda y quien luche por nosotros;
- Usar nuestra conducta, nuestra vida en general, para hablar de Dios y del poder que pone a disposición de quien acepta el sacrificio de su Hijo por nosotros;
- Mi vida sin el Señor no tendría sentido, es la mejor decisión que he tomado y la volvería a tomar, sin duda.